Noticias de la edición de 2020 del Congreso Internacional Digital del Hígado
En el boletín de infohep de este mes se recogen las
principales novedades del Congreso Internacional Digital del Hígado 2020, el encuentro anual de la Asociación Europea para el Estudio del Hígado
(EASL, en sus siglas en inglés), que tuvo lugar del 27 al 29 de agosto. La
edición de este año se celebró de forma virtual debido al coronavirus.
En el sitio web oficial de la conferencia podrás encontrar más información y descargarte los abstracts de los estudios presentados. También encontrarás los
vídeos más destacados de la conferencia en este enlace.
Predicción del cáncer hepático tras la curación de la hepatitis C
Gamal Shiha, del Instituto y Hospital Egipcios para la Investigación del
Hígado, durante su presentación en la EASL 2020.
Tres nuevos métodos basados en el uso de parámetros clínicos fácilmente
disponibles pueden ayudar a predecir qué personas tendrían más posibilidades de
desarrollar un carcinoma hepatocelular tras haber alcanzado una respuesta virológica sostenida al tratamiento del
virus de la hepatitis C (VHC), según han concluido diversos estudios
presentados en el reciente Congreso Internacional Digital del Hígado 2020.
El análisis de los datos procedentes de la cohorte
francesa ANRS C022 HEPATHER permitió identificar once variables relacionadas
con el desarrollo de carcinoma hepatocelular, incluyendo ser de sexo masculino,
tener más de 64 años, presentar una infección por el genotipo 3 del VHC, tener
un tiempo prolongado de protrombina (una medida de la capacidad de coagulación
de la sangre), los niveles de alfa-fetoproteína y la puntuación en la escala FIB-4.
El equipo de investigadores asignó un punto a cada variable y elaboró una escala
compuesta de medición de riesgo de carcinoma hepatocelular. Las personas con
una puntuación por debajo de 6 puntos se consideraron en situación de bajo
riesgo, las que tenían una puntuación entre 6 y 11, como en situación de riesgo
medio y las que tenían puntuaciones de 11 o más, como en situación de alto
riesgo.
Después de tres años de seguimiento, apenas el 2% de las
personas con puntuaciones consideradas de bajo riesgo desarrollaron ese tipo de
cáncer. Dicho porcentaje se elevó al 7% en el caso de las que tenían puntuaciones
consideradas en la franja de riesgo medio, y hasta el 23% en el caso de las que
tenían puntuaciones calificadas como de riesgo alto. Las personas con puntuaciones
elevadas comenzaron a experimentar un aumento pronunciado en las tasas de
incidencia de cáncer de hígado incluso durante el primer año de seguimiento,
mientras que las que tenían puntuaciones bajas o medias experimentaron un
aumento más gradual.
Por su parte, otros dos estudios (uno de ellos realizado en
Francia y otro en Egipto) también elaboraron escalas de puntuación (basadas en
la fase de la fibrosis y los resultados de diversos marcadores de pruebas de
laboratorio, antes y después del tratamiento) que fueron capaces de predecir
qué personas corrían un mayor riesgo de desarrollar un carcinoma hepatocelular.
Inmunoterapia para tratar casos avanzados de cáncer hepático Bruno Sangro, durante la presentación de los
resultados del ensayo CheckMate 040 en la EASL 2020.
Hasta tres regímenes de inmunoterapia basados en inhibidores del punto de control
inmunitario muestran un efecto prometedor en el tratamiento del carcinoma
hepatocelular (el tipo más común de cáncer de hígado),
según las conclusiones de varias presentaciones de última hora realizadas en la
conferencia.
Los inhibidores del punto de control inmunitario
(frecuentemente referidos con la expresión inglesa checkpoint inhibitors) son anticuerpos monoclonales que ayudan al
sistema inmunitario a combatir el cáncer. Atezolizumab (Tecentriq), nivolumab (Opdivo)
y pembrolizumab (Keytruda)
interfieren con PD-1, un punto de control inmunitario que presentan las células
T y cuya misión es regular la función inmunitaria, restaurando así la actividad
de las células T frente a los tumores. Ipilimumab (Yervoy) actúa sobre CTLA-4, otro punto de control inmunitario
diferente que suprime la replicación de las células T.
Los resultados primarios publicados recientemente en The New England Journal of Medicine revelaron que el uso conjunto de atezolizumab y bevacizumab redujo el
riesgo de muerte en comparación con el empleo de sorafenib. Tras un año de
tratamiento, las tasas de supervivencia general fueron del 67% y el 55% (de
forma respectiva para los dos tratamientos mencionados). Por su parte, la
mediana del tiempo de supervivencia sin progresión fue de 6,8 meses frente a
4,3, de forma respectiva.
Los resultados de seguridad de un estudio de fase 3 en el
que se probó el uso de atezolizumab junto con bevacizumab revelaron que la
combinación no provocó una tasa más elevada de acontecimientos adversos, en
comparación con sorafenib. Los efectos secundarios más habituales relacionados
con la combinación de atezolizumab y bevacizumab fueron: hipertensión, presencia
de proteínas en la orina, fatiga y elevación de la enzima hepática AST. A pesar
de que los eventos adversos de tipo inmunitario fueron más frecuentes en el
grupo de atezolizumab y bevacizumab, en general pudieron manejarse gracias a corticosteroides.
A partir de los sólidos resultados de eficacia observados
y los resultados clínicos comunicados por los pacientes, además de la
evaluación en profundidad de la seguridad presentada en el Congreso
Internacional Digital del Hígado, el equipo de investigadores llegó a la
conclusión de que la combinación de atezolizumab y bevacizumab "debería
considerarse un nuevo estándar de atención" para las personas con cáncer
de hígado avanzado.
También se presentaron los resultados de las primeras
fases de los estudios donde se prueban las combinaciones de nivolumab más
ipilimumab y de pembrolizumab más lenvatinib, que revelan que estas
combinaciones presentan una actividad prometedora para el tratamiento del
carcinoma hepatocelular avanzado.
Riesgo de enfermedad hepática en personas con el VIH Mathieu Chalouni, de la Universidad de
Bordeaux (Francia), en su presentación en la EASL 2020.
Las personas con el VIH no corren un mayor riesgo de sufrir complicaciones
hepáticas ni de muerte por enfermedad hepática tras finalizar un tratamiento
frente al virus de la hepatitis C (VHC) basado en antivirales de acción
directa, según los resultados de la cohorte francesa
HEPAVIH, presentados en la conferencia.
En el estudio se emparejaron personas con el VIH coinfectadas
por el VHC con personas que solo tenían hepatitis C y se observó la mortalidad
por causas relacionadas y no relacionadas con problemas hepáticos tras el
tratamiento con antivirales de acción directa. El estudio contó con un total de
2.049 personas infectadas únicamente por hepatitis C y 592 personas coinfectadas.
Se realizó el seguimiento de las personas participantes a lo largo de una
mediana de 2,8 años tras la finalización del tratamiento.
No hubo diferencias significativas entre los dos grupos
en cuanto a la incidencia de eventos relacionados con el hígado ni respecto a
la mortalidad relacionada con problemas hepáticos. No obstante, en las personas
con el VIH se observó una tendencia hacia una mayor mortalidad no relacionada
con problemas hepáticos. En su presentación del estudio, Mathieu Chalouni
afirmó que el mayor riesgo de mortalidad por problemas no relacionados con el
hígado podría explicarse por la inflamación y la inmunodeficiencia relacionadas
con el VIH, aunque también por la mayor tasa de consumo de alcohol y tabaco en
ese grupo de población. Como se puede leer en un artículo publicado este mes en Journal
of Hepatology, esta cohorte presentaba un mayor riesgo de
sufrir cáncer distinto al de hígado, así como de cánceres no definitorios de
sida, y estas fueron las principales causas de muerte entre las personas con el
VIH durante el período de seguimiento.
COVID-19 y enfermedad hepática
El doctor Thomas Marjot, de la Universidad de
Oxford, durante su presentación en la EASL 2020. Las personas que presentan un caso de cirrosis hepática avanzada son más
propensas a sufrir complicaciones graves con la COVID-19 y a morir por este
motivo, pero las que han sido sometidas a un trasplante
de hígado no parecen correr un mayor riesgo, según se informó en la
conferencia.
El doctor Thomas Marjot, junto con un equipo de colaboradores
de la Universidad de Oxford (Reino Unido), analizó los datos procedentes de dos
registros internacionales de personas con enfermedad hepática y COVID-19. El
registro SECURE-Cirrhosis incluye informes de casos de América del
Norte y del Sur y de partes de Asia, mientras que el registro COVID-HEP de la Asociación Europea para el Estudio del Hígado (EASL, en sus siglas
en inglés) incluye informes procedentes del resto del mundo. El doctor Marjot presentó
los resultados clínicos de 745 personas con enfermedad hepática crónica y
COVID-19 (de las que 386 habían acabado desarrollando cirrosis) registradas
hasta el 8 de julio de 2020.
El análisis comparó los datos de las personas sin
cirrosis con las que tenían cirrosis de clase A, B y C en la escala de Child-Pugh
(siendo C la de mayor gravedad).
Al aumentar el nivel de gravedad de la enfermedad
hepática, el riesgo de sufrir resultados clínicos adversos (como ingreso en la
unidad de cuidados intensivos, necesidad de ventilación mecánica o muerte)
aumentó de manera gradual.
La mayor parte de las personas sin cirrosis
sobrevivieron, y la tasa de mortalidad fue del 8% entre las que fueron
hospitalizadas y del 21% entre las que recibieron ventilación mecánica. En
cuanto a las personas con cirrosis de clase A en la escala de Child-Pugh, la
tasa de mortalidad fue del 22% una vez hospitalizadas y del 52% entre las que
necesitaron respirador. En lo que respecta a las personas con cirrosis de clase
B, las tasas de mortalidad fueron del 39% y 74%, respectivamente. Por último,
entre las que tenían cirrosis de clase C, fallecieron más de la mitad de las que
fueron hospitalizadas (54%) y casi la totalidad de las que necesitaron
respiradores (90%).
La causa más frecuente de muerte entre las personas con
cirrosis y COVID-19 fue la enfermedad respiratoria (71%), superando con creces
los fallecimientos relacionados con problemas hepáticos (19%) y por problemas
cardíacos (5%). Casi la mitad de las personas con cirrosis (46%) experimentaron
descompensación hepática, pero incluso en este subgrupo de pacientes, la
enfermedad pulmonar fue la principal causa de muerte, por encima de las
complicaciones hepáticas (64% frente a 24%, de forma respectiva).
La profesora Marina Berenguer Haym, de la Universidad de
Valencia (España), presentó un análisis de los resultados clínicos de las
personas receptoras de trasplantes de hígado que tuvieron la COVID-19, a partir
de los datos procedentes de las dos bases de datos mencionadas, y los
resultados se publicaron en The Lancet
Gastroenterology and Hepatology.
En su análisis se incluyeron datos de 181 personas en 18
países que recibieron un trasplante de hígado y tuvieron la COVID-19. El grupo
de control estuvo compuesto por 627 personas con la COVID-19, pero que no
habían recibido ningún trasplante.
Las personas trasplantadas y las no trasplantadas presentaron
tasas de hospitalización por la COVID-19 similares (82% frente a 76%, de forma respectiva).
No obstante, las personas trasplantadas fueron más propensas a ser ingresadas
en cuidados intensivos (28% frente al 8%) y a necesitar un respirador (20% frente
al 5%). A pesar de ello, el grupo de personas con trasplante presentaron una
tasa de mortalidad algo inferior a la de las personas no trasplantadas (19%
frente al 27%).
"Deberíamos asegurarnos de que profesionales médicos
y responsables de políticas sanitarias sean conscientes de que el trasplante de
hígado no hace que haya una mayor susceptibilidad a sufrir un resultado clínico
adverso", declaró profesor Thomas Berg, de la Universidad de Leipzig (Alemania),
en el curso de una reunión informativa para la prensa que tuvo lugar antes de
la conferencia. Durante la misma, sugirió que es más preocupante que las
personas con enfermedades hepáticas puedan evitar la atención médica por miedo
a la COVID-19, lo que podría traer consigo olas de complicaciones hepáticas
avanzadas en el futuro.
Tratamientos experimentales de la hepatitis B Uno de los temas destacados de la conferencia fue el de
los tratamientos experimentales de la hepatitis B.
La hepatitis B es una infección crónica y los
tratamientos actuales permiten controlar la replicación viral y reducir el daño
hepático, pero no pueden curar la infección.
Los fármacos de la familia de los análogos de nucleósido
o nucleótido (ITIN) consiguen bloquear la replicación del virus de la hepatitis
B (VHB) pero no la producción del antígeno de superficie de la hepatitis B
(HBsAg) ni impiden la reposición del reservorio de ADNccc (ADN circular cerrado
covalentemente) del virus en los hepatocitos, lo que permite que se retome la
replicación viral al interrumpir el tratamiento. Por este motivo, para
controlar la replicación del VHB, debe mantenerse de forma indefinida la
terapia con ITIN.
Se considera que la estrategia con más posibilidades de
alcanzar una cura funcional de la hepatitis B (es decir, la supresión del virus
sin necesidad de tratamiento) pasaría por la combinación de estos ITIN con otros
fármacos antivirales capaces de bloquear directamente la entrada del virus en
los hepatocitos, o de impedir la producción de proteínas virales.
Una "cura funcional" significaría que todos los
antígenos (por ejemplo, HBsAg o HBeAg) y el ADN viral del VHB desaparecerían de
la sangre y solo quedarían los anticuerpos. Sin embargo, el ADNccc del VHB
permanecería en las células del hígado. Hasta ahora, no es posible eliminar el
ADNccc del VHB de las células hepáticas, algo que se acercaría más a una
"cura esterilizante". Este ADN viral constituye el reservorio que
favorece que se mantenga la replicación viral.
JNJ-3989, es un tratamiento basado en el ARN pequeño de interferencia (o
ARN de silenciamiento) que están desarrollando Arrowhead y Janssen (una empresa
del grupo Johnson & Johnson). El ARN
pequeño de interferencia se une al ARN mensajero (ARNm) de la célula, evitando
así la transcripción del ARNm que utiliza el virus para generar proteínas
necesarias para su replicación, como la polimerasa del VHB y el HBsAg.
El profesor Edward Gane presentó en la conferencia los
datos a la semana 48 de seguimiento de un estudio de fase 2 para probar este
compuesto. Cuarenta y ocho semanas después de la última inyección de JNJ-3989,
el 34% de los participantes mantuvieron una reducción en el nivel de HBsAg de
al menos 1 log10 UI/mL. En el futuro, se comprobará el resultado a
la semana 48 del uso de JNJ-3989 e ITIN, añadiendo o no JNJ-6379 (un fármaco que
actúa como modulador de ensamblaje de cápside).
Por otro lado, GSK-3228836 es un oligonucleótido en antisentido, una cadena
de ácido nucleico diseñada para cortar el ARN del VHB, evitando la
transcripción de las proteínas virales. Este producto lo está desarrollando la empresa farmacéutica
GlaxoSmithKline. Los resultados del estudio de fase 2a presentados en la
conferencia reflejaron una reducción media en el nivel de HBsAg de -1,55 log10
UI/mL al día 29, comparado con ningún cambio en el grupo de placebo en personas
que no habían sido tratadas con anterioridad con ITIN. Se realizarán ensayos de
fase 2b para probar períodos de dosificación más largos de GSK-3228836.
Sin embargo, selgantolimod, un agonista del receptor tipo Toll (TLR, en sus
siglas en inglés) diseñado para mejorar las respuestas inmunitarias frente al
VHB, apenas mostró un modesto efecto sobre los niveles de
HBsAg en un estudio de seguridad y eficacia de fase 2.
Selgantolimod es un tratamiento inmunomodulador que puede
mejorar la respuesta inmunitaria frente al virus de la hepatitis B. Los
agonistas de los TLR son compuestos que pueden hacer que dichos receptores en
el hígado generen interferones y activen las células asesinas naturales y las
células T para que actúen frente al VHB. En la actualidad, hay diversas
empresas que están desarrollando este tipo de compuestos como posibles
tratamientos inmunomoduladores frente a la hepatitis B.
El estudio de fase 2 reveló que solamente una de las 36 personas
que recibieron selgantolimod experimentó una reducción del nivel de HBsAg
superior a 1 log10 UI/mL.
Eliminación de la hepatitis C
Solo uno de cada cuatro países desarrollados se encuentra en vías de
erradicar la hepatitis C para el año 2030 y, de mantenerse el ritmo actual de
progreso, casi dos terceras partes de dichos países no alcanzarán los objetivos
fijados antes de 20 años, según ha concluido un análisis de 45 países
presentado en la conferencia por Homie Razavi, del Centro para el Análisis de
Enfermedades (CDA, en sus siglas en inglés).
En 2016, los estados miembros de la Organización Mundial
de la Salud (OMS) acordaron un plan de trabajo para conseguir eliminar la
hepatitis B y C antes del año 2030. Así, se fijaron objetivos dirigidos a reducir
en un 65% el número de muertes por hepatitis B y C (a través del diagnóstico
del 90% de los casos de infección y el tratamiento del 80% de las personas
elegibles) y disminuir en un 90% el número de nuevas infecciones (el objetivo
de incidencia anterior era del 80%).
El Centro para el Análisis de Enfermedades utilizó los
datos más actualizados sobre las tasas de diagnóstico y tratamiento para crear
un modelo matemático a fin de predecir las reducciones de la mortalidad y la
incidencia de la hepatitis C en 45 países de ingresos elevados.
El informe de progreso de este año (donde se actualizan
los resultados de un análisis presentado en 2019) revela que once países tienen
posibilidades de lograr la eliminación de dichas hepatitis para 2030, frente a
los nueve que se preveían en 2019.
Según este nuevo análisis, los países que deberían ser
capaces de alcanzar los objetivos para el año 2030 son Alemania, Australia,
Canadá, España, Francia, Islandia, Italia, Japón, Reino Unido, Suiza y Suecia.
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